Muy de vez en cuando dedicamos un día completo al ceremonial
del horno de leña.
El horno lo construí
hace unos años con ladrillos refractarios de segunda mano y otros materiales
como barro, arlita, perlita y cemento;
no es muy grande , pero suficiente para hacer varios panes o meter unas
tres bandejas con carne o verduras. El
inconveniente mayor es la dificultad para controlar la temperatura, dado que no
dispone de termómetro, aunque últimamente le vamos cogiendo el punto y ya no
metemos la pata como al principio, cuando una vez sí y otra también
calcinábamos todo lo que metíamos por exceso de calor; vamos, que lo poníamos
al punto de hacer cerámica, cuando lo que queríamos es hacer comida. Una vez
metimos unas paletillas de cordero bien aderezadas y salieron cuatro trozos de
hulla o antracita, o sea, carbón del bueno. Y al cochinillo se le cayeron las
orejas nada más tocarlas porque se habían convertido, en tan sólo cinco
minutos, en dos ejemplos de materia
primordial próxima a la nada.
Sin embargo esta vez las cosas han salido bien. A las 9,45
encendido del horno con leña fina de restos de poda, bien seca, y madera de
palet. A las 10 mi mujer, mis hijos y
mis sobrinas Carla, Martina y Laia amasaban harina de fuerza con levadura y
agua . No menciono la sal porque no había sal, para qué mentir…bueno, la había
en tan sólo uno de los panes porque había sido amasado diez minutos antes del
jolgorio. Por increíble que parezca todos han salido buenos. A las 11,30 hacía
mi primera prueba de temperatura: el horno estaba demasiado caliente.
A las
11,35 los mencionados más arriba cogían dos pollos con certificado de
alimentación exclusivamente vegetal y les metían de todo por la parte de atrás,
limón, tocineta, tomillo, guindilla…(mejor no seguir) algo que siempre resulta
divertidísimo para los más pequeños, a
saber por qué.
A las 11,40 metía dos pizzas caseras preparadas por el equipo. A
las 11,50 ya nos las estábamos comiendo (así de rápidas son las pizzas a la
piedra, algo que nunca ocurre en los restaurantes) y sabían a gloria con una copa de vino tinto.
A las 12 la pareja de pollos entraba en el horno para ir cogiendo color. Poco
después salían para evitar chamuscamientos excesivos.
A las 13 horas
entraban los futuros panes, es decir, las porciones de masa ya inflada por
efecto de la fermentación.
De vez en cuando los mojaba con un spray de agua,
aunque también había una bandeja metálica con agua en el interior del horno,
junto a los restos de brasa (la brasa se retira a los lados o al fondo, la
chimenea se cierra y la puerta también; después con un cepillo de cerdas de
coco bien empapado se barre el fondo)
A las 14,30 salían los panes y las 15h. volvían a entrar los
pollos acompañados de dos bandejas más con berenjenas, pimientos y cebollas.
Y
ahí se han pasado toda la tarde, asándose a fuego lento en un horno que iba
perdiendo su potencia poco a poco. Los pollos y las verduras han salido ya de
noche, seis horas después, en un estado
que rallaba lo sublime tanto por su aspecto como por su sabor. No han quedado
ni los huesos.
Los panes los hemos comido ya a las 15h. en forma de
rebanadas tostadas en la brasa; estaban
de muerte también. Y para completar la fiesta: la escalibada de verduras.
No
está mal hacer comida para catorce personas y que encima haya sobrado
Recapitulando: más de 12 horas de dedicación en una mezcla
ideal de trabajo y placer.